Pinacoteca

viernes, mayo 05, 2006

La búsqueda interminable del yo

Son pocas las veces que uno puede ver el viento. Claro, todos creen que el viento es invisible aunque perceptible por su fuerza, su frescura. Sin embargo, hay veces en que uno lo puede oler porque trae sabor a mar; otras, percibimos su violencia, especialmente cuando viene acompañado de la lluvia. Pero hoy, hoy lo veo. Se lleva las nubes de por medio a 300 millas por hora; las nubes que son las que hacen posible este milagro.

Estaba sentada en el avión que me llevaba en un viaje un tanto inesperado. Cinco días en París. Sola. Siempre pensé que iría acompañada de algún ser querido y no me refiero a alguien de mi familia. Un novio, un amante, un esposo. No poseo de alguno de esos, ni novio, ni esposo, tan siquiera un amante que esconda los secretos de nuestras noches juntos. En cambio, tengo una familia numerosa con la que vivo. Somos demasiados en una casa que sólo debiera tener a cuatro personas. Ahora carga siete, más los animales, nueve. Mucha gente en poco espacio.

El caos de la casa me perseguía al trabajo, un periódico de negocios nacional, donde el día se iba apagando fuegos, haciendo y recibiendo llamadas, escribiendo y contestando correos electrónicos, buscando información para redactar artículos sin muchas veces encontrar el tiempo para redactarlos. De la oficina, pasaba a la universidad dos veces en semana, para completar el grado de maestría que me calificará como escritora. Ciertamente, no tenía tiempo para pensar en nada que no fuese el trabajo, la familia y los estudios. La paz me eludía.

¿Y yo qué? ¿Dónde encontraba el espacio para el silencio, ese que ayuda a purificar el alma, clarificar intenciones, sosegar las angustias? Para ese no había tiempo. En cambio, sobraba tiempo para resolver los problemas de los demás, para hacer tareas de la universidad, para trabajar horas extras sin remuneración, para olvidar mi vida social. Día tras día, me ahogaba en el mar de las responsabilidades que se acumulaban, que irrumpían en mi vida como olas y se iban de forma repentina, sólo para ser sustituidos por otras olas, otras necesidades.

No vivía. Subsistía. Las cosas que antes eran placenteras, como leer, escribir, salir a comer con los amigos, ir al cine, las había echado a un lado. Me había convertido en una persona que no era, alguien que parecía más máquina que ser humano, sumida en las cotidianidades sin permitirle respirar al "yo" que siempre se lleva dentro. Decidí rescatarlo poco a poco. Los domingos iba a un café a pasar el día. Cierto, estaba estudiando y me rodeaban millares de desconocidos. Pero al menos, nadie me molestaba y mi imaginación podía volar, aunque fuese por unas horitas a la semana.

Pero esos días en el café una vez a la semana no eran suficiente. Y el trabajo era una fuente de tensión continua. Al fin pude ver que no podía seguir así. Algo tenía que cambiar. Mi jefa me ayudó a tomar la decisión. Decidí que ya era hora de recuperar el yo perdido. Dos semanas después de esa revelación, renuncié al periódico sin tener otro trabajo alineado.

Un día después de mi último día de trabajo, salí en el avión que me dejó ver el viento. El mismo que me cargó en una nube hasta París. Al llegar al hotel Caulaincourt, sucumbí al cansancio provocado por el cambio de hora, las largas horas enclaustrada en un avión, el estrés que llevaba meses corroyéndome. Dormí y desperté para ir a comer a un restaurante de comida asiática cerca del hotel. Caminé por las calles, sin comprender lo que la gente hablaba; observé que las luces no son tan brillantes en Montmartre de noche.

Regresé al hotel para continuar el ritual de desprendimiento. Encontré en el televisor una película en francés que no entendía. Sin embargo, no podía despegarme de la pantalla. Me gusta pensar que era una historia de amor imposible porque uno de ellos estaba enfermo en el hospital. No recuerdo exactamente lo que creo que sucedió pero sé que hablaban de mí en esa película. Lo sé.

Al día siguiente, decidí revisitar algunos sitios: les Jardines de Tuileries, les Champs-Elysées, Pont Neuf. Compré una crepa de Nutella en un carro rojo al terminar las Tullerías, utilizando mi francés incomprensible. Había parado en ese mismo carro en mi viaje del año anterior y me invadieron los recuerdos de esos días de primavera. Esta vez hacía más frío, pero la crepa sabía igual de rica que siempre.

Llevaba un libro que había querido leer hace mucho tiempo y, por falta de tiempo, no lo había podido tocar. Me senté en un banco al cruzar la Plaza de la Concordia, justo antes de entrar a los Campos Eliseos. Saqué el libro de mi bolso y, bajo la luz de la tarde fresca, la brisa decidió revolcar mis cabellos. Comencé a respirar paz nuevamente. Y leí.

Foto: París en primavera, abril 2004.

6 comment(s):

Definitivamente hay que sacar el tiempo para las cosas sencillas de la vida, pero que realmente nos llenan el alma. A veces el ajoro de vida nos lleva a una monotonía abrumadora, que si no paramos el ritmo, nos ahoga. Es imprescindible siempre hacer un alto. Reflexionar. Pensar. Respirar profundamente. Y dedicarse tiempo (y amarse) a uno mismo.

By Blogger Marielisa Ortiz Berríos, at 06 mayo, 2006 23:18  

Eres dichosa en poder contar con ese tiempo maravilloso y necesario para poder encontrarte contigo misma. Desprenderte de la rutina y escapar en un momento especial es suficiente para lograr el equilibrio propio.

Adelante, bien merecido.

By Blogger José Miguel, at 07 mayo, 2006 17:32  

Me fascinó que decidieras dejar el trabajo que te oprimía...a veces cuando uno desarrolla desapego y deja todo es cuando más se gana.

By Blogger Awilda I. Castro Suárez, at 08 mayo, 2006 23:54  

El viento también tiene sombras, a veces nos golpean, otras nos acarician, besan, seducen y sentimos un placer fantaseado durante el mar de los sueños, otras nos revelan tantos secretos… Ay, Madam, me transportaste a través de tu viento, en la soledad infinita de nuestra esencia, recuperar el yo… Gracias por tu escrito, fabuloso, me has hecho reflexionar, muchas veces me siento triste, es esa necesidad de recuperarse, ¿cómo sería si estuviese más tiempo conmigo?
Un abrazo enorme, querida amiga y escritora.

By Blogger Ana María Fuster Lavin, at 10 mayo, 2006 11:57  

La mejor compañia es la paz interior...te felicito!

By Blogger Alicia, at 10 mayo, 2006 21:06  

Lo siento iva, tu escrito es fabuloso como escribí, puse Madam en vez de Iva, porque pensaba en las coincidencias de los planteamientos que estoy reflexionando con ambas... Un abrazote.
Cito lo opinado y me reafirmo, con la corrección pertinente, gracias mi querida Madam por avisarme de mis locuras, soy despistadísima, eso me reafirma que necesito más tiempo para mi:

El viento también tiene sombras, a veces nos golpean, otras nos acarician, besan, seducen y sentimos un placer fantaseado durante el mar de los sueños, otras nos revelan tantos secretos… Ay, Iva, me transportaste a través de tu viento, en la soledad infinita de nuestra esencia, recuperar el yo… Gracias por tu escrito, fabuloso, me has hecho reflexionar, muchas veces me siento triste, es esa necesidad de recuperarse, ¿cómo sería si estuviese más tiempo conmigo?
Un abrazo enorme, querida amiga y escritora Iva
al igual que Madam, me identifico mucho con tus planteamientos

By Blogger Ana María Fuster Lavin, at 10 mayo, 2006 22:49  

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