Pinacoteca

lunes, enero 30, 2006

Ave Fénix


Sentada en una ventana, veo pasar la gente que en algún momento poblaron mi pasado. Gente que fue importante en mi vida…una ex-jefa, un chico que me gustó hace muchos años atrás, cuando yo era sólo una adolescente y él quería tragar el mundo por la boca. Desde la ventana, vi como tomaban café, leían libros, pululaban de un lado a otro, como si fuese invisible, como si la ventana por la que yo miraba no existiera.

Entonces, se posó en la ventana alguien que está en mi vida actual, alguien que no es tan importante pero me conoce en esta nueva encarnación. Sí, porque de seguro, los de mi pasado, sólo recuerdan la que fui entonces. Posiblemente, no les interese conocer quien soy hoy, saber de la persona en la que me he convertido, cómo surgí de las cenizas.

¿Tendremos más de una encarnación en la misma vida, más de una forma de ser, que nos hace distintos e invisibles a los que una vez nos conocieron?

viernes, enero 27, 2006

Momia


Voy a sacar la sangre
de tu cuerpo inerte.
Lo congelaré
para preservarlo
hasta mi muerte.

Beberé tu sangre
para que en mí penetres.
Tomaré entonces tu cuerpo frío...
Serás, eternamente mío.

miércoles, enero 25, 2006

Cinco hábitos

La madam decidió encomendarme un ejercicio de auto-reflexión para encontrar mis hábitos más extraños. Me hubiese gustado hacer una encuesta, en especial a mi prima de 17 años que asevera que soy "charra", pero me fue imposible.

Sin embargo, creo que la cadena morirá conmigo porque no tengo a quien más asignarle esta tarea. Ahora, el que quiera, ¡puede dejar los suyos como comentario!

Cinco hábitos extraños

1. Siempre llevo un péndulo en la cartera. Sin él, me siento desprotegida. Bueno, si no voy a tener el péndulo, llevo puesta alguna prenda con una piedra semi-preciosa (un cuarzo, jade, agate, amatista, etc.)

2. Cuando sé que voy a estar manejando mucho durante el día, me llevo un libro y lo leo en el auto-banco, el servicarro, las luces rojas…


3. Si no voy a prender el aire acondicionado y dejo las ventanas abiertas, me pongo un eye-mask para esconderme de la luz del sol. ¡Detesto que me levante!

4. Pido las ensaladas con el aderezo aparte…Una vez fui a un restaurante y me trajeron sopa de lechuga, tomate, cebolla y zanahoria. No me la comí.

5. Enciendo incienso todas las noches, antes de acostarme a dormir. Me ayuda a relajarme y a despejarme de las malas vibras del día.

lunes, enero 23, 2006

Mis fuegos fatuos

El prólogo de Y. Bernalerías Y. nos advierte que debemos seguir las instrucciones. Como lectora obediente, así hice. Entre los llamados “Fuegos fatuos”, debemos encontrar nuestro día sumando los totales de los meses anteriores y luego el total días en el mes de cumpleaños hasta llegar a un número entre el 1 y el 365 y encontrar el nuestro. Según el autor, Víctor Bernal y Del Río, mi fuego fatuo aproximado era el 115. Juntos, buscamos en el libro para leer: “No quiero abusar de los puntos suspensivos. Sé que el lector está cansado de las comas, pero las pongo para que los lectores brillantes se suspendan de ellos y escriban el cuento como ellos lo escribirían o por lo menos me ayuden a terminarlos, que hay epidemia de escritores que no terminan el libro y ya empiezan otro.”

¿Cómo supo? ¿Cómo vio con su visión rayos X los tres libros que me atormentan en las noches, que buscan que le haga caso y yo, preocupada con vivir mi vida, los ignoro? Tanta precisión me incitó a buscar mi verdadero fuego fatuo, uno que fuese preciso y no aproximado. Lo encontré y leí en la soledad de mi oficina:
La coma, reina de la puntuación marca las pausas obligadas del camino del biendecir, se emparejan y se exhiben atrapadas en un cordel para hacerse comillas presidiendo las citas y estipulando el “dijo lo que dijo” y cerrando las citas y el decir, protegiendo las citas de posibles predadores.

La coma, y el punto coma; son el pare, stop, arreté, en la carrera de las letras, para que los lectores apresurados hagan un descanso, uno corto con la coma y más largo en el punto y coma que es una coma reforzada pero no llega a punto que es pare y no siga. Los dos puntos son pare y espere. El punto es: pare y a otra cosa.

¿Será que se supone que adapte la puntuación a la vida real y no a la imaginaria? ¿Será que mi vida es una serie de comas, puntos y comas, dos puntos y puntos?

sábado, enero 21, 2006

Los versos perdidos


Un día
me di cuenta
que se habían ido.
Pensé que volverían.
No, estaba segura
que lo harían.

Me extrañan,
Lo sé.
Lo sé porque los siento
en el estómago,
Donde uno siente todo
(es una falacia pensar
que las cosas se sienten
en el corazón).

Se encuentran sin hogar,
creo incluso que han llegado
a mendigar
entre los escombros de
algún hogar desconocido.

Entonces,
¿por qué no vuelven?
¿Se les habrá olvidado
Desandar el camino ya andado?

Tendré que invocarlos
nuevamente.
Destruirlos
Para poder recrearlos.

sábado, enero 14, 2006

Bolero - Cuento


- Hoy compré ropa nueva –- le comenté a Mikhail, el conductor de la orquesta sinfónica de Moscú.

- Muéstramela -– dijo en un tono sardónico.

Como si fuese el flautista de Hamelín, mi cuerpo obedeció sus órdenes, al ritmo del “Bolero” de Ravel, la melodía que siempre matizaba nuestros encuentros. Di media vuelta y comencé el desfile de modas improvisado. Sin cubrirme, levanté la camisa que llevaba puesta y me puse un traje entallado hasta la rodilla, con escote en forma de V. Mikhail, con su pierna derecha puesta sobre la izquierda, sonreía maliciosamente desde la silla cerca de la puerta del cuarto, mientras yo modelaba cerca del armario como si estuviese en una pasarela de París.

Le mostré nuevamente mi espalda, esta vez para enseñarle unos pantalones de vestir con una camisa sencilla de manga larga. Este atuendo no pareció causar la misma impresión favorable que tuvo el primero. Su cara, enmarcada por un cabello castaño claro y ojos verdes, se encontraba ligeramente arrugada. Con un ademán de manos, me mandó a ponerme otra ropa.

Saqué de la bolsa otro traje, éste más escotado que el primero. No era igual de ajustado, pero el enfoque se encontraba en mi busto, no en las curvas que ahora estaban en segundo plano. A Mikhail siempre se le hacía muy difícil esconder lo que apreciaba y lo que no. Invariablemente, su rostro mostraba lo que pensaba, lo que sentía; por eso, la semi-sonrisa que apareció en su rostro me dio a entender que este atuendo le complacía.

Entonces, busqué nuevamente en la bolsa, pero sólo encontré una camisa de manguillos anaranjada.

- No creo que quieras ver ésta -– le indiqué, mientras la guardaba dentro de la bolsa.

- ¿Cómo sabes si me va a gustar o no?

- Bueno es que…

- Nada. Quiero verte -– dijo con voz imponente.

De acuerdo al ritual ya establecido, giré en el mismo eje para ponerme la blusa, pero su voz me paró en seco.

- ¿Qué haces? -– inquirió autoritativamente.

- Cambiándome –- contesté con voz sutil.

- No. Creo que no me entendiste. Te lo voy a decir lentamente para que comprendas…Quiero…Verte.

Me agobió un sentido de pánico. Le sonreí mientras pensaba qué hacer. ¿Qué quería Mikhail de mí? Entonces sentí que la música, antes casi imperceptible, agobió mis sentidos, que los ritmos repetitivos y la percusión insistente del “Bolero” de Ravel me ordenaban a hacer lo que Mikhail me pedía. Suavemente, deslicé el traje del hombro izquierdo sin soltar su mirada, luego el derecho. Cayó al suelo. Mis pechos quedaron descubiertos, pero la mirada de Mikhail no viajó a ellos. Ahora, sólo llevaba puestos unos panties tipo bikini.

Tomé la camisa, que se encontraba en mi mano derecha, y me la puse, cubriendo el busto que tanto parecía gustarle a Mikhail. A pesar de todo el movimiento en el cuarto, ambos nos encontrábamos hipnotizados por la música, pero más que nada, por las miradas. Se acercó hacia mí. Yo estaba petrificada. La indecisión me carcomía. Continuó acercándose. Estaba casi completamente frente a mí, sólo le faltaba un paso. Lo dio.

Aproximadamente tres pulgadas separaban su boca de la mía, ya que ambos éramos de la misma estatura. Pensé que me besaría. Por eso me sorprendí al sentir sus manos en mi vientre. Su aliento calentaba mis labios mientras sus dedos palpaban mis costados, las nalgas, y con un movimiento lento, lentísimo, continuó el descenso hasta encontrar un pozo húmedo. Jadeé. Me agarró con la palma de la mano y apretó fuertemente. Poco a poco, incrementó el ritmo y con éste, la respiración se tornó apresurada. Nuestros labios no se encontraron pero emanábamos el mismo aire. Siguió y siguió y se me hizo imposible frenar lo que acontecía.

“Bolero” estaba casi al culminar, al igual que yo. Mikhail permanecía constante, como un río de camino al mar. Entendía su propósito y nadie lo desviaría. La música se había vuelto estruendosa; la percusión latía con la misma pasión que fluía en mí; las trompetas imponían su voluntad. Y justo al final, justo cuando ya estamos Ravel y yo por terminar, cuando las trompetas anuncian el desenlace, Mikhail paró. Lo miré confundida y desconcertada.

- Ahora estás lista.

- ¿Lista? ¿Para qué? –- le pregunté, exasperada. Me regaló una sonrisa ladina.

- Para ellos.

Entonces, me tomó de la mano y abrió la puerta. Fuera del cuarto, se encontraba la orquesta que había tocado la canción. Mikhail me lanzó al centro, presa fácil para los lobos hambrientos. Mi cuerpo, por querer satisfacer sus propios deseos, los acogió a todos cuántas veces quisieron. Se ajustó a las necesidades de cada uno de ellos, pero más que nada, sucumbió al delirio de sentir tantas pasiones a la vez. Mikhail nunca imaginó, que la que terminaría aullando de placer sería yo; que éste sería tan estupendo que buscaría repetirlo en cada encuentro posterior.

jueves, enero 12, 2006

Busetas - Reflexiones sobre Bogotá


Uno de varios modos de transporte en la ciudad de Bogotá. Se caracteriza por la violencia del movimiento, la falta de consideración del conductor al no esperar que terminara de subirme y lo peor de todo...la maldita rueda. Los bogotanos ya no perciben la existencia de este instrumento, diseñado para cuadrar el dinero con la cantidad de personas que viajaron ese día. Pero la rueda me provocaba pavor. Por qué, se preguntarán. Bueno, ¡es que la rueda es discriminatoria!

Para los que son delgados, esbeltos, sin libras de más, la rueda no es un problema. Pero los que, como yo, tienen bastantes libras de más, los que tenemos las piernas gruesas, los que a veces teníamos que brincar sobre la rueda y pasar la vergüenza de no tener la agilidad al hacerlo, o peor aún, los que teníamos que entrar por la puerta trasera (si la hay) para no pasar trabajo, somos nosotros los que quizás, odiábamos la rueda. Y es que ser gordita en un país donde las reinas de bellezas transitan las calles a diario junto con el elitismo de la rueda, me llevó a tomar taxi todos los días de la primera semana que estuve en Bogotá.

Sin embargo, esa ciudad sería mi hogar. No podía estar tomando taxi cada vez que se me antojara viajar cinco cuadras más abajo. Así que decidí darle una segunda oportunidad a la transportación pública. Esta vez opté por los llamados 'Ejecutivos', denominados así por su tamaño tipo bus escolar y la comodidad que le ofrecen a sus pasajeros. ¡Pero igual tienen la maldita rueda! Sí, la misma que no me permitía sentarme entre la gente y esuchar el vallenato (que tanto odiaba inicialmente y terminó gustándome) gritando por los parlantes. Esta a veces era más ancha que la de las busetas. Al menos en los ejecutivos, no se me dormían las piernas, como me pasó una vez en una buseta en la que estuve en un trancón más de una hora.

Los que han ido o saben algo de Bogotá preguntarán por qué no usaba el Transmilenio, un bus con ruta fija y estación. Los días en que viajaba al norte de mi humilde aposento en la Calle 38 con Carrera 13, iba cómoda y feliz. Aunque tenía que pasar por una rueda para entrar a la estación, está diseñada para acomodar gente de todos los tamaños. Pero esos días eran los menos ya que el Transmilenio no llegaba a muchos de los lugares que solía frecuentar, como Hacienda Santa Bárbara.

Fueron muy pocas las veces que subí en un transporte público que no tuviese la dichosa rueda. Los días en que pasaba, siempre los que menos esperaba, me sentía especial, como si hubiese ganado un premio invisible. Un premio por la insensibilidad de la gente que se cuestionaba el por qué de mi peso o por todos los insultos que me regalaron los desplazados al bajar del transporte o por las veces en que algún desconocido me 'sugería' que fuera al gimnasio de la universidad para ejercitarme.

Viajé "cómodamente" en los Ejecutivos la mayor parte de mi estancia en Bogotá. Evitaba las busetas como si fuesen la plaga y ¡ni hablar de un colectivo! (Estos son más pequeños que las busetas y, en mi opinión, una categoría aparte.) Si por casualidad tenía que ir a algún sitio al que sólo iban busetas, felizmente llamaba a mi amigo Álvaro, un taxista que conocí en el hotel al que llegué cuando me mudé, para que me llevara.

martes, enero 03, 2006

Ladrillo - Reflexiones sobre Bogotá

Al ir a mi apartamento de la carrera 13 con calle 38, los visitantes eran recibidos por un vitral de peces que nadaban perpetuamente sobre la puerta. Al abrirla, una pared azul brillante, color hyperlink, desembocaba en una vista del cielo sobre la ciudad. Un sofá cama amarillo latía frente a la misma como si fuese el corazón de la sala. Una hamaca, hecha con material de fondo violeta e hilos de arcoiris, colgaba diagonalmente frente al ventanal. El juego de comedor recogía el azul de la pared y lo depositaba en otra de color neutral. Hecho de tubos y madera clara, recogía bien ambos espacios.

-¡Parece un apartamento de playa! - exclamó Claudia anonadada, un día que fue de visita a mi hogar bogotano.

- ¿Se te olvida que soy costeña? - contesté con una sonrisa - ¿Tintico?

Procedí a servirle el café en unas tazas pequeñas, compradas en Carrefour, cada una de un color distinto e igual de brillante que los pintados en las paredes de ese hogar temporero.

Muda

De hoy en adelante
Tengo que olvidar
Las palabras,
Renunciar a ellas.
Desconocer sus sonidos,
Relegarlos de la memoria.
Mi voz será
Un canto de sirena
Perdido en el mar.

De hoy en adelante
Me reservaré
Todos los sonidos,
Convenceré a la gente
Que me encuentro
Afónica,
Para que no pregunten
Y no tener que mentir,
Para que nadie sepa
Que mis sentimientos
Los escondo por ti.